El internacionalismo
El internacionalismo es un movimiento que se origina a principios del siglo XX, cuando la tecnología comienza a avanzar a un ritmo sin precedentes en la historia de la humanidad. Las diferentes partes del mundo se encontraron comunicadas y los bienes y las personas circulaban por diferentes países con total libertad.
Estos avances se tradujeron en la posibilidad de quitar su carácter regional a la arquitectura, pues ahora los materiales de construcción podían transportarse con facilidad, valerse de sistemas de prefabricación y acrecentar su rentablidad.
El primer arquitecto que utilizó el término “internacionalismo” fue Walter Gropius, en su libro “Internationale Architektur” (1925), en el cual discutía los planteamientos arquitectónicos más actuales y se presentaban algunas obras contemporáneas. Igualmente se planteaba un interés en una arquitectura desprovista de fronteras regionales y culturales. Este pudo haber sido un escrito intrascendente que facilmente se hubiera olvidado, pero resulta que por la misma época Mies van der Rohe, Alvar Aalto, Wells Coates y Giuseppe Terragni, entre muchos otros arquitectos europeos, trabajaban en líneas similatres.



Entre otras novedades aparece la primera ventana en esquina de la historia, evidentemente posible gracias a los nuevos materiales y técnicas de construcción, o una columna que recibe un balcón de forma tangencial. Podríamos considerar que con la casa Schröder, Rietveld logra convertira la abstracción plana de De Stijl y Mondrian en una realidad tridimensional.
La consecución de espacios cúbicos y la fachada fueron de gran importancia para los artistas de la época.
Los trabajos teóricos siguieron y en 1924 se estableció el término Neue Sachlichkeit (nueva objetividad)2, que se utilizó para denotar una concepción objetiva y racional de la pintura y la arquitectura. Posteriormente este término se utilzó también para referirse a una nueva sociedad objetiva y socialmente comprometida.
Se trataba basicamente de negar la tradición y toda herencia histórica. Los artistas de vanguardia, particularmente los cubistas, negaban esta tradición representada en materiales, estilos e incluso técnicas figurativas.
Y siguieron apareciendo publicaciones que ensalzaban la era de la mecánica, la vida contemporánea y dinámica, las tecnologías y los materiales modernos; ejemplos de estas publicaciones son El manifiesto futurista (Filippo Tomasso Marinetti, 1909), La Città Nuova (Antonio Sant’Elia, 1914).
Y de pronto el estilo internacional (aún dividido en diferentes “ismos”) se afianzó definitivamente con la conclusión de la Primera Guerra Mundial. Los gobiernos socialdemócratas (particularmente en los países bajos) dieron a los arquitectos nuevas oportunidades para construir edificios públicos y de vivienda. Estos proyectos debían construirse rapidamente, albergar a la mayor cantidad de familias posibles, ser económicamente viables y obedecer a los requerimientos de la vida moderna. La arquitectura buscaba validar <<la nueva conciencia de la era>>.
El funcionalismo absorbió los aspectos esquemáticos del movimiento moderno y expresó de forma tajante y definitiva “La forma sigue a la función”. Aunque ya había habido manifestaciones de este ideal, incluso desde la tríada Vitrubiana firmitas-venustas-utilitas es con el ensayo “The tall office building artistically considered” (Louis Sullivan, 1896) cuando se acuña esta máxima, que será utilizada por muchísimos arquitectos toda la primera mitad del siglo XX.
En italia de definian como “Racionalistas” y consideraban el diseño como una actividad social y ética; por ello su preocupación era producir edificios económicos, haciendo uso de materiales prefabricados y procesos industriales de estandarización, que podían ser aplicables tanto a construcción de edificios como de objetos de uso cotidiano. Como en realidad el funcionalismo y el racionalismo no tenían posturas mutuamente excluyentes, se sustituyó la palabra racionalismo por la de funcionalismo.
La idea estaba dada: la arquitectura y la tecnología podían mejorar la vida humana.
Pero esta afirmación distanció por casi un siglo a la arquitectura del resto de las artes. Pintura y escultura se volvieron hacia planteamientos estéticos y teóricos, la arquitectura giró hacia el compromiso social.3
Esta visión de la modernidad, la tecnología y el compromiso social tendría su mas clara manifestación en la Bauhaus de Weimar, de la que hablaremos en la siguiente entrega.
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